• Colores
  • La pizarra, guardiana de momentos inmortales

    Oscuro y remoto es el origen de esta compañera del  hombre: la pizarra. Oscuro, por el color negro azulado nacido de la roca de grano fino y fácilmente divisible en hojas planas  que se utilizó para fabricar las primeras “fissus” (del latín) o “pizarri” (del vasco), nombre del cual proviene “pizarra”. Remoto, porque hay vestigios de ellas entre los sumerios y acadios con sus tablillas de barro, los egipcios, los griegos, los romanos, los olmecas, y todos los pueblos del mundo desde lejanos días hasta el día de hoy.

    Bellos momentos en la Grecia clásica se alcanzaron mediante el uso de la tabulae (tablillas enceradas) donde podía grabarse casi cualquier escrito: contratos, edictos, declaraciones de guerra y poemas, documentos privados o ejercicios de aprendizaje. Realizadas en cal o yeso eran muy accesibles pero frágiles y voluminosas; sobre su superficie se extendía una capa de cera y un estilete metálico, de hueso u otro objeto punzante, servía para dejar la marca insoslayable de aquello que se quería transmitir.

    Los griegos, ingeniosos, se valieron de alambres o cintas para unir las tablillas y de esta manera formar dípticos, trípticos y polípticos. En épocas de los romanos se utilizó alambre tensado para colgarlas en la pared.

    Hasta el siglo XI se utilizó el papiro para editar los textos diplomáticos; sin embargo, el uso de las tablillas siguió siendo popular durante la Edad Media e, incluso, existen ejemplares correspondientes al siglo XIX.

    La madera es otro de los materiales que se utilizó para dejar registro de los lejanos días del siglo I a.C. De ello, el mejor ejemplo pertenece a las cartas escritas en la fortificación militar romana de Vindolanda (Britania). Estos ejemplares deben a una oportuna lluvia salvarse del incendio provocado por los habitantes de la fortificación, cuando debieron evacuarla y decidieron destruir los archivos antes de trasladarse. Por este motivo se conservaron protegidas por una capa carbonizada.

    Regresemos a las tablillas enceradas, en particular a la que pertenecieron al banquero pompeyano L. Caecilius Iucundus y su hijo, quienes asentaban sus operaciones bancarias con trazos en cursiva realizados con la punta del estilo sobre la fina capa de cera que cubría la madera. El descubrimiento de un centenar y medio de estos “documentos” fueron hallados en el año 1875 en una casa encontrada en Pompeya, propiedad de los banqueros.

    Para escribir sobre la tabulae se utilizaba el “estilo” (stilus), que seguramente debe su nombre a  la relación de stylos que significa columna o punzón y la forma de la herramienta: punta en un extremo y, en el otro, una superficie aplanada que se utilizaba para raspar la cera y borrar. El material más utilizado para fabricar los estilos era el hierro, aunque también los hubo de hueso, marfil o plata.

    En pizarras antiguas encontraremos el plomo como otro soporte que permitió una escritura fácil y una cómoda manipulación. Su uso distaba bastante de las tabulae y el nombre que recibieron fue tabellae defixionum (de defigere: clavar, inmovilizar y, en consecuencia “hechizar”) que adelantaba el contenido –escrito en caracteres minúsculos y cursivos– que consistía en maldiciones y conjuros contra personas. En ellas se invocaba a las divinidades infernales o, por el contrario, se pedía protección. Las tablillas imprecatorias tenían unas dimensiones de aproximadamente 20 x 10 cm y se esgrafiaban con un objeto punzante. En algunos casos, los textos eran escritos al revés, boca abajo, de derecha a izquierda o en un lenguaje mágico incomprensible; luego se enterraban, dobladas y atravesadas por un calvo, en tumbas, urnas cinerarias o lugares asociados con la muerte y la violencia.

    Sobre planchas de bronce se inscribieron en la antigüedad documentos jurídicos: decretos, leyes, diplomas militares; pero su uso en la vida cotidiana no fue tan difundido por su elevado valor y la dificultad que representaba escribir (grabar) sobre él.

    Antes de alejarnos demasiado del pasado y su pródiga aportación a la pizarra, veamos la piedra que ocupó y ocupa un sitio de culto en la escultura marcando su paso por el registro de los hechos de manera muy definida. Entre las inscripciones realizadas en piedra se hallan las “honorarias-elogia” que se ubicaban en pedestales o monumentos; “funerarias” en sepulcros, “votivas” sobre objetos o monumentos dedicados a divinidades y “actas” que contenía las transcripciones de leyes, decretos, etc.

    Un arte que podríamos definir como “pizarra sin límites” es el grupo de las inscripciones parietarieae o graffiti que cubrieron las ciudades de Pompeya y Herculiano, entre otras muchas, y siguen siendo una pizarra al aire libre. En tiempos más arcaicos, los tituli picti –pintadas– se realizaban con diversos materiales como el carbón, la tiza o el almagre –tierra roja– y eran los más espontáneos. Con este tipo de expresiones, de los cuales solo sobrevivieron algunos al riguroso paso de los milenios, nos acercamos a los momentos cotidianos que nuestros ancestros quisieron inmortalizar y, algunos, con un trozo de tiza o carbón, lo han conseguido.

    La llegada de la pizarra a las aulas, a las empresas, a la actualidad

    Siempre que la historia nos recibe en el umbral de la sabiduría para introducirnos en su arca de recuerdos emprendemos el regreso como si de un embrujo se tratara. Con más energía cuanto más profundo nos hayamos sumergido.

    Los siglos XIX y XX fueron emblemáticos en la era moderna de la pizarra. Aquella pizarra negra sobre la que se escribía con tiza blanca, que ocupaba la pared principal del aula, comenzó una metamorfosis camaleónica y se multiplicó por las paredes sin perder su protagonismo como herramienta educativa.

    El color varió hasta convertirse en un verde opaco y adecuado para salvaguardar la vista, evitar los reflejos… Hicieron su incursión las pizarras especiales para música –con pentagrama–, las adecuadas para geometría –con cuadrícula– y aquellas que se desplazaban por una guía y descubrían un mapa, un plano o más información.

    La tiza blanca ya tenía toda una gama de muchos colores con los que resaltar, pintar y subrayar.

    La industria puso a disposición del sector nuevos materiales que permitieron avanzar en el desarrollo de superficies que auguraron un futuro prometedor. Cambió la fisonomía de la pizarra y nacieron los rotuladores especiales, dos motivos más que suficientes para que su funcionalidad, probada en las aulas, se extendiera a la empresa. Un gran salto que se instaló en todos aquellos ámbitos donde era necesario comunicar, la misión primera de la pizarra.

    Las tizas tuvieron un respiro frente a las nuevas tecnologías pero no perdieron vigencia, y se mantienen en el aula junto al borrador.

    La empresa se decantó por los modernos rotuladores y la pizarra ocupó un lugar preferencial en reuniones, conferencias y oficinas. Su aceptación fue unánime y el sector no cejó en la búsqueda de innovaciones que estuvieran a la altura de los acontecimientos cotidianos del siglo XXI.

    En la actualidad, las posibilidades de disponer de la pizarra    más adecuada son múltiples y sorprendentes.  Como contraste a los primeros párrafos de este artículo –dedicados a la historia más remota– nos reservamos la estrella tecnológica conocida como PDi… La Pizarra Digital Interactiva que, conectada a un ordenador, une uno de los inventos más remotos de la comunicación visual con todos los adelantos de la nuestros días.

    Tizas digitales, pizarras de cristal o conectadas a Internet, todo parece poco para transmitir, maravillar, educar o aprender. En definitiva, para mantener incólume la básica necesidad humana de trascender en el tiempo, a través de sus obras, de una acertada comunicación.

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