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  • Querido Chéjov, feliz Navidad

    El valor entrañable de escribir tarjetas navideñas

    «Querido abuelo Constantino Makarich. Soy yo quien te escribe. Te felicito con motivo de las Navidades y le pido a Dios que te colme de venturas. No tengo papá ni mamá; solo te tengo a ti…».

    Constantino está triste. Tiene nueve años, es huérfano –como hemos leído– y lleva tres meses colocado en casa del zapatero Alojin con el fin de aprender el oficio. Pero dentro de esa tristeza el niño encuentra un resquicio para la alegría y la esperanza: el carnicero le ha contado esa misma tarde que las cartas han de echarse a los buzones, y que luego los recoge el servicio de correos para llevarlos en troika (trineo ruso) por todo el mundo. Así que cuando se queda solo en casa, Constantino se dispone a escribir la carta que le mantiene en contacto con el único ser querido que le queda: su abuelo.

    El cuento se llama “Vanka” y su autor es Antón Chéjov, uno de los mejores cuentistas de todos los tiempos, un gigante de las letras rusas decimonónicas que no ha perdido ni un ápice de vigor.

    ¿Y qué imagina el lector cuando se enfrasca en la historia? Visualiza al pobre Constantino, el frasco de tinta, el portaplumas con una pluma enrobinada y el papel sobre el banco mientras él desgrana, de rodillas, sus tribulaciones. Y visualiza, cómo no, esa troika que lleva en un pequeño sobre la petición de auxilio de un niño que está solo y angustiado.

    El cuento vio la luz por primera vez en 1886, en un periódico ruso, y para que el efecto fuera mayor se eligió el 25 de diciembre como día de la publicación.

    La escritura que se siente

    Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero la escena del niño redactando su carta es conocida, con las inevitables particularidades, por todas aquellas personas que tenían edad de escribir antes de la irrupción de las nuevas tecnologías.

    ¿Quién no ha escrito una postal navideña, de su puño y letra, para felicitar la Navidad a un familiar, un amigo o a un gran amor? ¿Quién no ha sentido más cerca al ser querido –aunque medien cientos o miles de kilómetros– por el mero hecho de dedicar unas líneas manuscritas en las que expresa sus mejores deseos o incluso sus lamentos?

    Aunque no todo el mundo lo haga hoy, la afición por escribir una hermosa carta o postal con bolígrafo o pluma estilográfica sigue en boga. De hecho, si algo caracteriza a la escritura manuscrita frente a los medios electrónicos es que la primera se siente como algo emotivo y, por lo tanto, de mayor valor. Escribir una postal navideña a mano y enviarla por correo ordinario es uno de los actos más cálidos y entrañables que podemos imaginar.

    A sabiendas del valor emocional que tienen las postales navideñas, creemos conveniente citar una marca que destaca por su calidad.

    Nos referimos a Turnowsky, distribuida por la editorial Arguval. Sus diseños tan especiales, el buen tacto de su papel y el fino gusto que exhalan las postales Turnowsky se antojan un objeto de deseo que hubiera enamorado al pequeño Constantino Makarich y a su padre literario, el entrañable Antón Chéjov, y más en una época como la Navidad, cuando la escritura manuscrita transmite mejor que nunca nuestros sentimientos.

    Más información sobre los productos Turnowsky en: www.arguval.com

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