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  • Elogio a las papelerías de barrio

    En las calles del centro de cualquier población o barrio existe una papelería. Grande o pequeña, tradicional o moderna, con servicio de fotocopias o quiosco de periódicos, con el escaparate repleto de mochilas escolares, papeles de todas las medidas y texturas, estuches de lápices de colores o agendas para ejecutivo, entre muchos otros artículos. La papelería de barrio cumple el mismo papel que el colmado o la charcutería: ser un comercio de proximidad que proporciona productos y servicios esenciales para los vecinos.

    Las papelerías de barrio tienen en común una increíble oferta de productos, a menudo en locales reducidos pero muy bien aprovechados: útiles de escribir, material escolar y de oficina, pequeños obsequios, material para dibujo y pintura, postales y calendarios, etc. En los últimos años esta oferta se ha ampliado con la incorporación de nuevos servicios, como fotocopias, consumibles informáticos o servicios de encuadernación e impresión.

    Aunque en los últimos años se está implantando el modelo de franquicia (que suele contar con un servicio de formación y ventas y de instalación/decoración del local, además de unos costes competitivos) la mayoría de papelerías de barrio suelen ser pequeñas empresas de tipo familiar. Al igual que sucede en otros comercios de proximidad, el trato con el cliente y el conocimiento de la zona son factores clave en la marcha del negocio, así que no es raro encontrar casos mixtos en que una papelería tradicional se une a una marca franquiciada, obteniendo así lo mejor de ambas opciones.

    Como ha sucedido con muchos otros comercios, las papelerías han sufrido la competencia de las grandes superficies y establecimientos “low-cost”, con una política de precios más agresiva que la que pueden ofrecer los comercios de corte más tradicional. Sin embargo, tal como opinan los expertos, los pequeños comercios ofrecen una ventaja nada desdeñable: su proximidad al cliente. Para el consumidor, ir al comercio de la esquina al descubrir que se ha quedado sin las dichosas grapas o que necesita una hoja de papel decorado para envolver un regalo –por ejemplo– es infinitamente más cómodo y económico que desplazarse en coche al centro comercial y localizar el producto que desea entre los interminables pasillos, sin nadie a la vista para poderle hacer cualquier consulta.

    Los comercios locales también obtienen una valoración muy positiva por parte de los especialistas en urbanismo, ya que contribuyen a dinamizar la vida de un barrio o una población pequeña y a conservar la trama urbana tradicional. En otras palabras, no hay nada más triste que una “ciudad muerta”, donde a partir de las seis de la tarde no hay nadie en las calles y los pocos comercios que quedan están cerrados por falta de movimiento.

    Si queremos mantener y preservar el pulso diario de nuestros pueblos y ciudades, su urbanidad, aquello que hace que valga la pena vivir en ellas, es necesario apostar por el mantenimiento del comercio local y de barrio, enfocado al cliente y con un servicio y una atención que le conviertan en el punto de referencia cotidiana del consumidor.

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